Y llegado el momento la cosecha será abundante sin duda. Buena tierra, abierta y acogedora, abonada con carencias y sufrimientos, regada con la lucha diaria por salir adelante y con ansia de ser abrazada por los brazos acogedores de un Dios Padre bueno y misericordioso. El Dios de Jesús al que desean descubrir y hacer su camino.

Y le descubren en los misioneros entregados a ellos, siempre dispuestos a ayudarles, construyendo escuelas, pozos, recogiendo por los poblados a los enfermos y a niños malnutridos y llevándoles al hospital, ayudando a familias para que puedan comer, habilitando internados en las misiones para que sus hijos puedan ir a la escuela, etc. etc... pero sobre todo haciendo kilómetros y kilómetros hasta llegar a las pequeñas aldeas para reunirles en torno al altar y hablarles de este Dios amoroso del cual son ellos los preferidos y que les llama Bienaventurados.

Y le dan gracias con todo su ser, postrándose en el suelo pidiendo perdón a Dios, elevando los brazos hacia el cielo para rezar el Padrenuestro, algunos sin entender nada de lo que se dice porque son de otra lengua pero sabiendo que estan alabando a Dios. Cantando y danzando, gritando y con una sonrisa franca y sincera con esas caras, en los hombres, arrugadas por el trabajo en el campo bajo este sol de justicia, las mujeres orgullosas de sus niños que llevan en la espalda y los niños con sus caritas inocentes y una sonrisa que te cautiva.. ¡Cuánto me gustaría sentir y vivir la Eucaristia como ellos!

Pero lo tengo dificil, soy producto de la vieja cristiandad. Lo nuestro es una religiosidad muy estructurada y seria, de liturgias muy encorsetadas. Por eso doy gracias, muchas gracias a Dios, porque me ha permitido vivir estas Eucaristías y espero que algo habré aprendido en ellas.